Difícil –por no decir imposible— quedar indiferentes a lo que vivimos actualmente, y es que parece como si el Covid-19 hubiese llegado a remecer infraestructuras completas desde sus cimientos. Hace tiempo siento que muchos sistemas se están quebrando, estructuras –físicas, mentales y espirituales— cayendo, que un cambio se viene incubando. El virus ha llegado no solo a catalizar, sino también a profundizar este proceso.
Esta situación, de un modo u otro, nos ha empujado fuera de nuestra zona de confort. Quien se ha visto enfrentado previamente a salir de esta zona, sabe –para algunos más que para otrxs— lo difícil y desafiante que puede ser abandonar ese espacio de normalidad. Pero quien ha vivido esta experiencia, sabe también que gracias a ello, descubrió capacidades, habilidades, aptitudes y características personales, que tal vez no sabía –pero intuía— estaban ahí. Se crece, se aprende.
El Covid-19 y su nueva naturalidad, está en cierto sentido abriendo espacio para sumergirnos en una mayor conexión espiritual, y volcarnos hacia este cambio que parece, está por nacer. Una nueva normalidad que nos invita a apreciar las cosas de manera distinta, a valorar lo intangible por sobre lo material, que nos mueve y apega a la afectividad, que nos conecta con nosotrxs y otros, que nos abre a conocernos y a conocer, que nos encierra con gente y obliga a convivir. Al menos para mí se siente como la transición hacia una naturalidad, que debió ser desde el inicio lo que conocimos como “normal”.
Sin embargo, todo cambio nos genera resistencia, aunque sea a micro niveles y desde ahí pueden surgir —con distinta intensidad— emociones complejas. La buena noticia es que podemos hacernos cargo de estas emociones antes de que ellas se apoderen de nosotrxs.
Un mecanismo es la meditación, herramienta que nos permite hacernos conscientes del día a día y vivir más conectados con nosotrxs mismos. Si alguna emoción nos invade, por ejemplo: ansiedad, la meditación nos ayuda a reconocer lo que sentimos a nivel físico, mental, emocional, energético y espiritual, nos ayuda a descubrir la intensidad real de esta emoción, y a separarla de las historias ficticias que nos contamos.
Hay emociones que tienen asidero, que surgen porque realmente enfrentamos una situación que las genera, pero no siempre es así, muchas emociones aparecen porque nos contamos historias del pasado o futuro, que solamente agitan nuestro cuerpo. Si las emociones del presente tienen un motivo real, pueden ser muy constructivas cuando las manejamos —y no ellas a nosotrxs—, pero aquellas que nos inventamos pueden llevarnos en un espiral muy poco beneficioso y hacernos infelices.
Cuando vivimos en el presente, es más fácil lidiar con nuestra existencia, identificar lo que sentimos, de dónde viene, y cómo reaccionamos. Podemos reconocer cuando estamos extremando un sentimiento, cuándo tiene una justificación lógica, y cuándo lo estamos creando —y alimentando— con nuestros pensamientos. La meditación, principalmente el mindfulness, nos permite vivir en el presente y tener mayor conciencia de nuestro ser. Nos permite estar alerta y darnos cuenta de nuestros hábitos, patrones, reacciones y más. Nos entrega la posibilidad de abandonar el pasado, y esperar el futuro en calma, sin arrepentimientos, sin proyecciones, y de estar en el único lugar que realmente existe: EL AHORA.
Para lograr lo anterior hay que sentarse a meditar, por eso vamos a exponer algunos de los mitos que a veces nos desmotivan respecto a la práctica de la meditación:
Para todos aquellos que sienten este Covid-19 como algo más allá de lo mundano, aprovechen este tiempo de sanación, reparación, y preparación espiritual para aportar a construir el nuevo mundo en que nos gustaría vivir.
¡Siempre con mucho amor! ♥️
Isidora Camus Hernández
Cientista Político, Profesora de Meditación certificada por el instituto MNDFL de Nueva York, y exploradora espiritual ✨Conócela
La Isi nos regalo un Live en Instagram de Meditación sobre amor propio
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